La impotencia de un pequeño desconocido
La gente se derrama por las ventanas. Las arenas movedizas de humanidad me atrapan. Me aprietan. Me sofocan. La exasperación de los ánimos envuelve el ambiente como una bruma densa, gris, maloliente.
Pepito y Baruc
En algún momento de mi adolescencia decidí que no me gustaban los niños. Me parecían bobos, ruidosos y además olían feo. No quería estar cerca de ellos y, mucho menos, cuidarlos. Decidí que yo jamás tendría hijos.
La ansiedad del sol
Después de una larga noche reparadora, el Sol se despierta temprano, antes que todos. Da un profundo inspiro y al desperezarse, tenues rayos irradian de su cuerpo. Con una sonrisa juguetona dirige su luz para rozar cálidamente las alas de los pájaros, que, al sentirla, cantan canciones de agradecimiento.
Por qué escribo aquí
Miro al espejo y veo a una mujer. Sus canas y suaves arrugas en el entrecejo y alrededor de los ojos revelan su edad. Desde que era muy pequeña le han intrigado lo desconocido y la absurdidad de la vida, y la incongruencia con la que se conducen muchos seres humanos, por lo que el ceño fruncido es una expresión habitual de su rostro.
El poder de las palabras
A la edad de cuatro años conocí el delicioso fruto que produce la unión de consonantes y vocales: las palabras. Desde ese momento, las palabras y yo fuimos amigas. No me imaginaba entonces cuánto descubriría de mí a través de ellas.